LEE EL SIGUIENTE TEXTO Y LUEGO ELABORA UNA HISTORIETA.
LOS PERROS HAMBRIENTOS
La noche estaba negra. En el
redil ladraban los perros, pero no como siempre, con acento monótono y cansino;
su voz ahora tenía ahora un dejo de alarma, de rencor, de contenidos ímpetus.
Es el ladrido propio de los perros cuando husmean, en el viento, el acre hedor
de los pumas y los zorros.
-¡Guá!, sienten ondel puma
dejuro – apuntó el Timoteo.
En los rediles vecinos también
cundió la alarma. La noche se pobló de ladridos y gritos. Los amos, con su
vocerío, alentaban a sus canes y atemorizaban a las presuntas fieras
rondadoras:
-Echaleee…, échale, échale,
échaleeee…
-Puma,puma, pumaaaa…
-Zorro, zorro, zorroooo….
Y era en verdad una noche
favorable a la incursión de los dañinos. no brillaba una estrella. Noche sin
cielo ni espacio, negada a las miradas y a los pasos, atestada de sombra. En
tiempos pasados y en una noche así, el puma asaltó el redil de los Robles.
Trueno lo atacó y persiguió en su huida. Terminaron por trabarse en una lucha
feroz, pues el perro retornó al cabo de mucho rato, jadeando y lleno de
heridas. En vano la Juana aplicó a las brechas limón con sal y ron blanco.
Sangrando, sangrando hasta el amanecer, murió. Pero en la tarde de ese mismo
día, los gallinazos planeaban repetidamente sobre una loma y descendían tras
ella. El Simón fue a inspeccionar y comprobó con Trueno también tenía los
colmillos firmes: el puma estaba muerto.
Entonces fue cuando resolvió
ir donde don Roberto Poma en pos de dos cachorros. Zambo, Wanka y sus vastagos,
si bien realizaban las tareas del pastoreo como perros de buena ley, no
contaban entre sus episodios ninguno cruento aún, aunque cuatro gargantas en un
solo redil son muchos para que cualquier dañino se atreva a acercarse. Verdad
que corretearon, sin duda, a zorros y
pumas, pero ellos, prevenidos, arrancaron a buena distancia y pudieron
refugiarse oportunamente en los espesos montales de las quebradas. Acaso sería
descortés silenciar en este momento a Shapra. El, guardián de la casa, atrapó y
dio muerte a su canchaluco que iba en pos de las gallinas. El muy cazurro
canchaluco acostumbra enroscar su largo y desnudo rabo en el cuello de sus
víctimas y arrastrarlas a todo correr. Así hizo el difunto con una de sus
gallinas que dormían en la jaula de varas adosada a la pared trasera del bohío.
Pero sus compañeras armaron un gran alboroto y como ella misma pesaba mucho y
gritaba como mejor se lo permitía su apretado pescuezo, el canchaluco no pudo
avanzar gran cosa y Shapra cogió la pista rápidamente. Para peor, o mejor, al
uerer saltar una acequia, el peso le restó impulso y el raptor cayó con su
víctima al agua. Shapra les dio alcance allí. La lucha no fue muy épica. De dos
tarascadas le rompió el cuello. A mayor abundamiento, los otros perros llegaron
reclamando su parte en la contienda y pronto hicieron cendales al desafortunado
cazador.
Ahora los perros ladraban
coléricamente, ganosos de acción. Acaso sus mimos deseos de pelea les hacían
sentir pumas y zorros donde no había sino hojas agitadas por el viento. De
pronto, saltaron el redil y corrieron disparados a través de los campos. Desde
el bohío se escuchaba muy lejano su ladrido.
-Vamos onde la majada- dijo el
Simón Robles -.El zorro es muy sabido. Si está alguno poray, de juro quial
sentir que los perros andan por otro lao él viene…
Efectivamente, ladino es el
zorro. En este caso llevaría un cordero. Como no tiene mucha fuerza, mata
ovejas sólo cuando las encuentra perdidas por el campo. De lo contrario, rapta
únicamente corderos ygallinas, pues su menor peso le permite huir velozmente.
El Simón Robles y sus familiares entraron en el redil y
tomaron asiento sobre la paja de los perros. Es original e impresionante el
aspecto que ofrece una manada en la
noche. Borrada por la oscuridad sólo se le ven los ojos. Fulgen , amarillos e
inmóviles, en medio de las sombras. Se diría que arden centenares de extrañas
luces quietas. O , más bien, que están allí las restantes ascuas de un raro
incendio amarillo. Tragada por la oscuridad la blancura de los vellones, los
ojos pierden su carácter animal y esplenden en la noche como gemas fantásticas.
Los Robles estaban acostumbrados a ver eso y, sin comentario, se pusieron a gritar
para que su presencia en el redil se notara:
-Zorro, zorro, zorrooooo….
Cada vez más lejos, por aquí y por allá
ladraban los perros. Sucede así cuando no tienen pista segura o no logran
precisar nada. El Simón lo hizo notar y luego dijo:
-La noche miente y asusta
ondel animal y también ondel cristiano. La sombra pare pumas y zorros que nuay,
pare miedos…
La oscuridad apenas permitía
que los otros sospecharan la silueta del Simón. Pero el aroma de la coca que
masticaba y el golpe, sobre un nudo del pulgar, del checo guardador de la cal
con que endulzaba la bola, indicaban netamente su presencia y hasta sus
actitudes. El Timoteo, cuya adolescencia usaba ya la hoja dulciamarga, no
chacchaba de noche.
- Asiés , asiés- continuó y
callóse de pronto, sin duda porque en ese momento introducía el alambre
cubierto de cal ala boca para que la hoja, abultada en uno de los carrillos, se
macerará. El alambre está adherido a la tapa del checo. En la operación de
pasarlo sobre la coca húmeda se moja, y en esta condición vuelve al checo, que
al ser agitado golpeándolo sobre un nudillo lo cubre con cal que guarda,
dejándolo otra vez listo para llevar su carga de bola. Cholos e indios, en los
descansos de las tareas, se sientan en fila y coquean masticando la hoja
lentamente. El golpecito del checo, sordo y repetido, forma una especie de
música. Dicen que, de día, la coca acrecienta las fuerzas para el trabajo. De
noche, por lo menos al Simón, le aumentaba las ganas de hablar. A otros, en
cambio, los concentra y torna silenciosos. Es
que él era un charlador de fibra. Pero esto no quiere decir, desde
luego, que fuera un charlatán. Al contrario: era capaz de hondos y meditativos
silenciosos. Pero cuando de su pecho brotaba el habla, la voz le fluía con
espontaneidad de agua y cada palabra ocupaba el lugar adecuado y tenía el
acento justo.
En ese rato, sin duda, iba a
contar una de sus historias. No se sabía
cuándo podía estimárselas reales o fantásticas. el les daba a todas un igual
tono de veracidad y sacaba las conclusiones del caso. Y ahora, por ejemplo, sus
auditores no sabrían decir si así
afirmaba el Libro Santo o si era que el Simón añadía acontecimientos de su
cosecha.
Y, aprovechando el encuentro, veamos de cuerpo
entero al Simón- que se presenta mucho y no debemos pasarlo a la ligera-,
aunque por el momento se halle escondido en la sombra. Era un cholo cetrino,
cuya faz de rasgos indios estaba pulida por el torrente hispánico que se
mezclaba en su ancestro. Así, no eran tan prominentes los pómulos ni la boca y
tenía la nariz más bien larga y no
quebrada. Ya estaba viejo y la perilla y el bigote raleaban un gris entrecano .
Los párpados rugosos y bolsudos no disimulaban la movediza y brillante picardía
de los ojos pardos. La indumentaria de nuestro amigo era la regional: sombrero
de junco, poncho largo, camisa, pantalón oscuro sujeto con una faja de colores,
ojotas. La espalda se le encorvaba un poco, pero nadie lo juzgaría acabado. Su
cuerpo estaba lleno de notorios músculos que rezumaban energía y sus manos eran
las grandotas de quien labra la tierra ancha y sujeta la rienda dura.
Por todo lo que ya le hemos
apuntado: su flauta, su caja, sus perros, sus historias, tenía fama el Simón.
También tenía hijos. Fuera de los que conocemos, una mujer y dos hombres
estaban lejos: la una enmaridada como la Martina, los otros en trajines de
arriería. La Juana, desde luego, había respondido a su afán vital. La vejez no
lograba exprimirle aún sus amplias y redondas caderas, sus pechos henchidos ni
su vientre combo. Y como de tal palo tal astilla- y en este caso eran dos los
fuertes maderos-, los hijos caminaban por el mundo fuertes y morenos, mano a
mano con la vida.
Pero volvamos aquella noche y
aquella hora. El Simón tornó a golpear el checo sobre el nudillo y hablo:
-Y asiés la historia e la
sombra o más bien la diun puma yotras cosas e sombra. Oiganmé…
Jué que nustro padre Adán taba
en el Paraíso, llevando, comues sabido, la regalada vida. Toda jruta bía ay: ya
seya mangos, chirimoyas, naranjas, paltas o guayabas y cuanta jruta se ve puel
mundo. Toda laya e animales también bía y tos se llevaban bien dentrellos y
también con nustro padre. Y velay quel no necesitaba más questirar la mano pa tener lo que quería. Pero la
condición e to cristiano es descontentarse. Y ay ta que nuestro padre Adán le
reclamó ondel Señor. Nues cierto que le pidiera mujer primero. Primero le pidió
que quitara la noche. “Señor- de dijo-, quita la sombra; no hagas noche, que
todo seya solamente día”. Y el Señor le dijo: “¿Pa qué”? Y nustro padre le
dijo: “Po que tengo miedo: No veyo ni puedo caminar y tengo miedo”. Y entón le
contestó el Señor: “La noche pa dormir
sia hecho”. Y nustro padre Adán dijo: “Siestoy quieto, me parece quiun animal
miatacará aprovechando lescuridá”. “¡Ah!- dijuel Señor-, eso miace ver que
tienes malos pensamientos. Niun animal sia hecho pa que ataque ondel otro”.
“Asiés Señor, pero tengo miedo en la sombra: haz sólo día, que todito brille
con la luz”, le rogó nustro padre. Y entón contestuel Señor: “lo hecho ta
hecho”, po quel Señor no deshace lo que ya hizo. Y después le dijo a nustro
padre: “Mira”, señalando pa un lao. Y nustro padre vido un puma grandenque, más
grande que toitos, que se puso a venirse bramando con una voz muy faya. Y
parecía que tenía que comelo onde nustro padre. Abría la bocota al tiempo que
caminaba. Y nustro padre taba asustao viendo cómo venía contra dél el puma. Y
en eso ya llegaba y ya lo pescaba, pero velay que se va deshaciendo, que pasa
po su encima sin dañalo nada y después se pierde en el aire. Era, pues, un puma
e sombra. Y el Señor le dijo: “Ya ves, era pura sombra. Asiés la noche. No
tengas miedo.
El miedo hace cosas e sombra”. Y se jué sin
hacele caso a nustro padre. Pero como nustro padre también no sabía hacer caso,
aunque endebidamente, siguió asustándose po la noche. Y después le pegó su maña
onde los animales. Y es así como se ve diablos, duendes y ánimas en pena y
también pumas y zorros y toda laya e feyaldades dentre la noche. Y las más e
las veces son meramente sombra, comuel puma que lenseñó a nustro padre el
Señor. Pero no acaba entuavía la historia. Jué que nustro padre Adán po no
saber hacer caso, siempre tenía miedo, como ya les hey dicho, y le pidió
compañía ondel Señor. Pero entón le dijo, pa que le diera: “Señor, a toítos les
dites compañera, menos onde mí”. Y el Señor, conmuera cierto que toítos tenían,
menos él. Tuvo que dale. Y así jué como la mujer lo perdió, po que vino con el
miedo y la noche…
Los perros retornaron,
fatigados por el trajín, a tenderse en la paja.
El Simón Robles terminó:
-Aura parece que también jué
puma e sombra…
Dicho esto, se fueron a
dormir.
Tienen que hacer resumes de Los perros hambrientos cada capitulo
ResponderEliminarQuiero conclusiones
ResponderEliminarGenial
ResponderEliminarIncreíble
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